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Los increibles diseños de Philip Treacy en la Fundación Carlos de Amberes
J. L. Gamallo. Una de las escenas más justamente famosas de la inolvidable pelicula de Lubitsch, Ninotschka, protagonizada por la divinia Garbo, es aquella en la que la comisaría comunista, deshumanizada e insensible, no puede dejar de mirar, sorprendida, en la tienda del hotel un extraordinario sombrero, que al final de la película adornará su bella cabeza.
Si el cubrirse la cabeza en un principio tuvo unos fines eminentemente prácticos, protegerse de la inclemencias del tiempo, como en general lo primeros atavios, con el tiempo pasarín a ser símbolo de status y distinción. La simple contemplación de lo que cubría la cabeza de alguien descubría si pertenecía a las clases más altas, o las lás humildes, si era civil, militar o religioso.
Todo un código visual parlante que dejaba claramente fijado la situación de cada uno en la sociedad estamental del Antiguo Régimen. Y lo del gorro no era tema baladí. Descubrirse o no delante de quien lo ordenaba el reglamento podía costar caro. Uno de los más caros privilegios de los Grandes de España era poder estar cubiertos delante de la Majestad Católica, que sólo estaba obligado a descubrirse ante el Santísimo.
Si en principio se cubrían tanto hombres como mujeres, durante el siglo XIX, los sombreros masculinos fueron sufriendo una paulatina simplificación, mientras que los de las señoras (de calidad se entiende, las de las clases obreras tenían que recurrir al pañuelo) fueron adquiriendo cada vez más tamaño y ornamentación. El tribulado siglo XX hizo que los sombreros fueran siendo cada vez más sencillos, y casi han ocasionado su desparación como complemento indispensable en la vida diaria.
Su uso quedó casi circunscrito a grandes actos de relevancia social, a determinadas casas reales donde el protocolo seguía exigiendo el sombrero para las mujeres. Gran Bretaña ha quedado como el reducto del sombrero. Así en el Royal Meeting de Ascot es obligatorio para su acceso. Y la carrera queda eclipsada por los atavios de las asistentes femeninas, donde su produce otra dura competición para ver quien es capaz de llevar el tocado para extravagante o llamativo. Nuevamente el sombrero femenino ha vuelto a tomar un lugar importante en la modad femenina, siendo cada vez más normal verlo en bodas u otros actos sociales.
En España digamos que su renacer se produjo cuando S.A.R. la infante Doña Elena lució una impresionante pamela lanx volans en la boda barcinonense de su hermana S.A.R. la infanta doña Cristina. En la actualidad el rey del diseño sobrereril es el británico Philip Treacy, al que princiceas, aristocratas, actrices, cantatas, y famosas se disputan para que les confeccione algún sombrero. En estos días en la Fundación Carlos de Amberes, en la calle Claudio Coello, nº 99, en el corazón del Barrio de Salmanca, el distrito áureo de la moda madrileña, hay una exposición restrospectiva donde se pueden admirar alguno de los diseños más exclusivos de elegante Tracy.
Los modelos están instalados en la que hubo de ser la capilla, y presidiéndola un cuadro rubensiano del martirio de San Andrés. Los diseños muestran a las claras la maestría y la inspiración, siendo el más sencillo un simple bote de sopa campbell, a otros realmente complejos como uno inspirado en los tocados nupciales chinos, o los que semejan impresionantes flores indonesias.
Curiosos son aquellos que reproducen imágenes de famosos, como Jagger, Beckham, o Marlyim Monroe. Hay otros espectaculares con plumas rojas, y otro que parece inspirado en el disco solar de Ra. Un público eminentemente femenino, móvil en mano, fotografía los modelos son admiración y envida, y comentan si ellas serían capaces o no de lucir tan fantásticos y atrevidos complementos de la moda femenina.
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