Aranjuez. De motines y jardines.

J. L. Gamallo.- Durante el mes de septiembre la bella ciudad ribereña celebra sus famosas fiestas del Motín, que rememoran los sucesos acaecidos el 19 de marzo de 1808 en este Real Sitio, cuando las luchas e intrigas entre los partidarios de Godoy y del Príncipe de Asturias, dan como resultado un levantamiento contra el Príncipe de la Paz, dirigido por los partidarios del futuro de Fernando VII, que salvó de ser linchado por la intervención de éste en última instancia. Carlos IV abdicó en su hijo ese mismo día. Pero Aranjuez es un lugar que merece ser visitado en cualquier momento.

Seguramente sea el Real Sitio de mayor antigüedad perteneciente a la Corona española, ya que se remontaría a la época de los Reyes Católicos, cuando la reina Isabel consiguió que las Órdenes militares castellanas, que habían participado activamente en todas las luchas y banderías nobiliarias de la época de los Trastámaras, nombrasen a Fernando el Católico gran maestre de las mismas, por lo que este paraje, perteneciente, a la encomienda de Santiago de la cercana Ocaña, pasó al Patrimonio de los Reyes Católicos, que ocuparon el Palacio de los Grandes Maestres. A Felipe II le gustó de manera especial este Real Sitio, al lado del río Tajo, de tal modo que encargó a Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera un nuevo Palacio, que en años posteriores fue modificado, y fue pasto de las llamas. Con los Borbones será cuando Aranjuez alcance su mayor esplendor, sobre todo con Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, con los que logra su fisonomía actual. Santiago Bonavía recibió de Fernando VI el encargó de un nuevo diseño urbanìstico con calles rectas, paralelas y grandes plazas, diseñó la iglesia de San Antonio, lo que habría de ser el Nuevo Palacio. Con Carlos III se añadieron las alas al cuerpo del palacio que cierran la Plaza de Armas, y engrandeció y recreó el que es conocido como Jardín de la Isla. A Carlos IV se le debe el Jardín del Príncipe, con sus fuentes y la encantadora Casita del Labrador.

Todo el conjunto merece una visita en la medida de lo posible, dada su cercanía a Madrid, 50 km, el visitante debe ir primero al Palacio Real, donde debe admirar ya la Gran Plaza de Armas, obra de Bonavía y Sabatini. En el interior se despliega toda la ornamentación barroca en su máximo esplendor. Son especialmente suntuosos el salón de porcelana y el salón del trono. También hay un extraordinario Museo de los Trajes de Corte, donde es posible seguir la evolución de la indumentaria regia desde los Reyes Católicos hasta Juan Carlos I.

Junto al Palacio están los espléndidos Jardines de la Isla, anteriores a los de Versalles, que se extienden a lo largo del Tajo. El primitivo jardín renacentista de Felipe II, se fue transformando en un jardín de estilo francés, con numerosas fuentes como las de Hércules, Ceres, Diana, etc. El segundo jardín es el conocido como Jardín del Príncipe, de estilo inglés, realizado por el futuro Carlos IV, que encargó su diseño a Esteban Boutelou. Comprende 150 hectáreas, divididas en cuatro parcelas ajardinadas, atravesadas por alamedas, que concluyen en sendas fuentes: Narciso, Apolo, Cisnes y Tajo. Una zona de especial encanto es el llamado es el estanque de "Los Chinescos", que tiene en uno de sus frentes un templete circular, obra de Villanueva, y en el otro un pabellón cenador, de madera pintada, por el que actualmente se pasean los pavos reales. Al final del jardín está la magnífica Casa del Labrador, palacete de recreo y descanso, construido por orden de Carlos IV en 1792, en estilo neoclásico, según diseño de Isidro González Velázquez. En el interior hay un esplendido y fastuoso despliegue decorativo, con bellísimas esculturas,  relojes, bronces, tapices, sedas, porcelanas, mobiliario, etc. Los suelos, todos de mármol, ofrecen los diseños más intrincados y sugestivos.

El viajero sensible y curioso no quedará defraudado por este extraordinario lugar, donde se combinan de manera singular la naturaleza con el arte.