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Barenboim triunfa en la Plaza Mayor
Desde hace por lo menos siete temporadas el maestro Barenboim ha convertido la Plaza Mayor en uno de los escenarios favoritos, donde viene cosechando grandes triunfos. Este músico prodigioso, y niño prodigio, de origen argentino, ha convertido España en la sede principal de su orquesta West-Eastern Divan, integrada por instrumentistas palestinos e israelíes, que además está patrocinada por la Junta de Andalucía. La orquesta resulta un magnífico medio, evidentemente, para llevar un poco de cordura a esa parte atormentada del Oriente. Por otro lado, el maestro tiene una estrecha relación con S. M. la Reina, cuya aficción por la gran música es de sobra conocida. Desde luego, como cada vez que se presenta el maestro en la Plaza había una gran expectación por si era capaz de repetir el éxito del año anterior y salir por la Puerta Grande. Sin lugar a dudas, el concierto del maestro puede ser considerado como el mayor suceso de la temporada estival madrileña. Aunque el Ayuntamiento había colocado unas 3500 sillas para los espectadores, éstas demostraron que fueron pocas, y cualquier sitio era bueno para seguir la evolución del maestro y su "cuadrilla". Evidentemente, entre el público no había ningún componente del famosismo petardo y ágrafo, que tanto gusta de que lo retraten en otros saraos multitudinarios de ninguna enjundia. Hubiera tenido su punto de emoción haber visto, mezclada con el respetable, a criaturas tan adorables como Belén Esteban, Ana Rosa Quintana, el Matamoros, y demás fauna visceral. Pero no se dio el caso. Había algún político, pero más por obligación que por convicción, como el vicepresidente Chávez, que es muy dudoso que distinga a Beethoven de los Chichos, pero que fue el que benefició a la West-Eastern Divan cuando era Presidente de la Junta de Andalucía, y creó la Fundación Barenboim-Said; también estaba la delegada del gobieno y, por supuesto, el alcalde Gallardón, fino melómano, y seguidor del maestro Celibidache. Nuestro primer edil presentó con bellas palabras a Barenboin, que elegió para esta tarde dos sinfonías de la acreditada producción del genio de Bonn, la 6ª, conocida como la Pastoral, y la 7ª, a veces llamada la Apoteosis de la Danza. Evidentemente el maestro no se limitó a una faena de aliño, y saco lo mejor de sus artes directoriales, con una respuesta sobresaliente de su "cuadrilla". Hacia las 10 de la noche se inició la gran faena, traduciendo a sonidos las notas beethovianas, donde se presenta un canto a la naturaleza, ya cubierta por un fuerte phatos romantico, su obra más claramente progrática. Cuando concluyó el último movimiento: Hirtengesang. Frohe und dankbare Gefühle nach dem Sturm el respetable prorrunpió en prologandos aplausos y bravos. Hasta la misma Majestad del rey Felipe III, sobre su caballo, desde lo alto de su pedestal, se conmovió con la música. La sinfonía nº 7 es una de las menos conocidas del repertorio del de Bonn, pero no por ello menos sorprendente, donde Beethoven dan rienda suelta a todo su furor dionisíaco, que transluce la tremenda personalidad del compositor. El famoso Allegretto se enmarca entre unos movimientos de un vigor extraordinarios, de un empuje rítmico avasallador, que deja patidifuso al oyente. La joven orquesta multicutural dio una soberbia respuesta a los requerimientos de la partitura y del maestro. El triunfo fue absoluto, y a pesar de los insistentes requerimientos del respetable, no salió ningún sobrero. Pero no hacía falta con las dos magnas sinfonías beethovianas, punto culminante de la civilización europea.
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