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Almendros de la Quinta de los Molinos
J. L. Gamallo. Se puede decir que el primer aviso de la llegada de la primavera se produce en un extraordinario jardín madrileño, la llamada Quinta de los Molinos (al final de la calle de Alcalá, antes de llegar al barrio de Canillejas), que tiene la categoría de histórico, pues no en valde se remontan sus orígenes a los comienzos del siglo XX, siendo propiedad del marqués de Torrearias.
Hacia 1920 la propiedad pasó a manos del arquitecto César Cort Bori, a quien se debe realmente la creación del jardín, combinando las características de parque con las de una finca mediterránea, plantando pinos, ancinas, higueras, y sobre todo una extraordinaria extensión de almendros, el principal atractivo de la Quinta en estas fechas. La Quinta cuenta también con un bello palacio, en actual fase de restauración, y la denominada Casa del Reloj, la que fuera casa de los guardeses.
Cuenta también con un estanque. Desde luego la Quinta invita al paseo y al disfrute de un hermoso conjunto arbóreo, y especialmente cuando han florecido los almendros, creando un espectáculo de inusitada belleza. Cientos de almendros centenarios abren sus flores blancas y rosas, embriagando el espacio con su maravilloso olor. A los almendros hay que unir las mimosas, con sus flores de amarillo restallante. Si no se ha visto nunca esta floración, la primera vez el efecto es inolvidable.
Almendros y mimosas se mezclan de manera armoniosa, en un insperable efecto pictórico de carácter impresionista, que pide la paleta de un Renoir o un Sorolla, capaces de reflejar tanta singularidad. Desgraciadamente se trata de un fenómeno extraordinariamente breve, apenas de una semana, por lo que es preciso estar sobreaviso y acordarse puntualmente de que a primeros de marzos hay que ir a la Quinta de los Molinos para maravillarse con sus almendros y mimosas.
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