Madrid se desborda de alegría ante el triunfo incontestable de la selección española.

J. L. Gamallo. El domingo 1 de julio será difícilmente olvidable para los que pudieron asitir en directo de una manera u otra al increible triunfo de la selección de fútbol de España. Durante todo el domingo según se iba acercando el comienzo del partido contra la Italia aumentaba la tensión, y la explanada del Bernabeu volvía a conocer una tarde como nunca.

Cientos de miles de madrileños de toda condición y origen, de manera pacíficia y armoniosa. A diferencia de los días anteriores de calor sahariano, una fresca brisa sopló todo el día, de manera que la angusitosa espera fue mucho más soportable. Los aficcionados pasaron un tarde maravillosa, que habrá queda fijada indeleblemente en sus corazones.

Todos venían con los coloros regios de la bandera que eligiera Carlos III en el siglo XVIII, y que desde entonces está indeleblemente unida a la historia de España. La Castellana y todos los alrededores del Bernabeu era una marea rojigualda en movmiento.

Miles de banderas de España en movimiento se veían en cada esquina. Había atuendos y diseños vestuarios para todos los gustos, desde los más estrafalarios y carnavalescos, hasta los más discretos y elegantes, sólo con pequeños motivos alusivos. La boca de metro de Santiago Bernabeu era una riada ininterrunpida de gente, que parecía salir del Averno, buscando la luz del sol y la esperanza del triunfo.

Todas las edades, colores y géneros buscaban ya el mejor emplazamiento para seguir sin perder detalle del fantástico momento. El partido se vivió con emoción, y según fueron llegando los goles españoles el grado de exultación aumentaba cada vez más, que fue una explosión de alegría, una catarsis de sentimientos aprisonados que se derramaron por Madrid y por toda España.

Los gritos, los abrazos, los cohetes, los besos, los cláxones, los pitidos, retumbaron por el espacio inmenso de la noche española. El público congregado el Hyundai Fan Park se desparramó por la plaza de Lima y la Castella, que fue cerrada al tráfico. Medio millón de personas se dirigieron hacia Colón y Cibeles. Las bellas fuentes de Madrid estaban esa noche todas secas, lo que no impidió a los madrileños meterse en ellas.

El grado de euforia y exaltación es difícilmente descriptible. Los gritos de "soy español, soy español, soy español, retumbaban por las calles de la villa y corte.

Esa proclama tanto tiempo proscrita y considerada vergonzante se exhibía con orgullo y satisfacción, junto con el flamear de las banderas, cientos, miles de banderas de España recorrían henchidas de sublimada  vanagloria, ondeando faustamente al viento nocturno, las avenidas matritenses. A pesar de que al día siguiente era lunes, y había que prepararse para recibir a los campeones, muchos aguantaron toda la noche en una increible vigilia festiva, intentando que no concluyera ese momento histórico del que habían sido testigos.