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Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila
J. L. Gamallo. Entre las ciudades próximas a Madrid en las que se puede pasar una jornada memorable, regresando casi milagrosamente a la Edad Media, está la amurallada y asombrosa Ávila de los Caballeros, de los Leales y del Rey, que este su topónimo completo y apabullador.
La mística ciudad de Santa Teresa y San Juan de la Cruz presenta una nómina es lugares de imprescindible visita tremenda, pero hoy sólo me voy a fijar en uno de sus momentos más espectacuar, y curiosamente menos conocido, el Real Monasterio de Santo Tomás, ya extramuros, y que está muy unido a la figura de la grandísima reina Isabel la Católica, cuya importancia histórica es de sobra conocida, aunque menos su influencia en el arte, y como promotora, junto a Fernando, de algunas construcciones señeras, como Santo Tomás de Ávila, San Juan de los Reyes, San Esteban de Valladolid o la Capilla Real granadina.
Esta soberbia construcción es un ejemplo del tardogótico con atisbos ya del renacimiento. Aunque en principio la construcción se debe al tesorero real Hernán Núñez de Amalte, que encargó a la su esposa doña María Dávila, y a al dominico fray Tomás de Torquemada, la fundación del convento, en honor de Santo Tomás de Aquino.
Las obras se iniciaron en 1482, bajo la dirección de Antonio de Solórzano, y duraron hasta 1493, sólo unos 11 años. Aunque don Hernán Núñez tendría lógicamente muchos posibles, la rapidez de conclusión de las obras, y la envergadura de la construción se debió al personal interés de los mismo Reyes que conviertieron el Monasterio en Palacio de Verano y residencia real.
Así no debe extrañar cual fue el impresionante final. Un gran patido ajardinado sirve de portico a la gran fachada formada por un gran arco escarzano flanqueado por dos manchones. Diez estatuas de Gil de Siloe y Diego de la Cruz la adornan.
La visita del interior del convento habla de la esplendidez de los Reyes. Sólo tiene tres claustros, el del Noviciado, el más pequeño y el más austero,el del Silencio, ornamentado con los símbolos de los Reyes, de los domicos y la flor de lis, y con arcos polilobulados, y el de los Reyes, ya dentro de la zona del Palacio de Verano. En el claustro del Silencio se conserva debidamente señalado el lugar donde se confesaba la Santa.
El paseo por esta sucesión de claustro es inolvidable, y difícilmente se puede hallar en otro sitio, además no se puede dejar de pensar que figuras eminentes como Santa Teresa y los Reyes Católicos anduvieron por los mismos.
Para la visita a la iglesia conviene primero acceder al coro desde el último de los claustros, desde donde la vista de la nava principal (53 m de largo) es realmente sobrecogedora. El mismo coro es una magna obra de arte.La sillería, obra de Martín Sánchez de Valladolid, formada por 79 sillas de nogal en gótico flamígero, es de la mejores de España.
Nuevamente el yugo, las flechas y la granada se repiten en los sitiales. La iglesia es una de las obra del gótico flamígero castellano. El retablo es es nada menos que del gran Berruguete, con cinco tablas con diversos episodios de la vida de santo Tomás. Una prueba del gran aprecio de los Reyes por este convento, es que quisieron que fuera la tumba del malogrado infante don Juan, muerto a la temprana edad de 19 años, y que hubiera sido el primer rey de España.
Bajo el crucero se puede admirar el soberbio sepulcro del infante, esculpido en Génova (1511-1512) por Alessandro Fancelli. El príncipe, con la armadura de caballero, aunque sin los guanteletes, pues no murió en una batalla, reposa tranquila y plácidamente. Una inscripción en los piés, de estructura clásica, recuerda las cualidades del infante, y se duele de una pronta muerte. Las paredes del sepùlcro se adorna con diversas esculturas alegóricas.
Durante la guerra de la Independencia los franceses destrozaron algunos elementos de la tumba, y la saquearon, perdiéndose los restos del primogénito de los Reyes.
La visita se completa con dos curiosos museos ubicados en las dependencias del Palacio de Verano, un curioso Museo de Ciencias Naturales, y otro, muy exquisito, de Arte Oriental, formado por diversas obras traidas por los dominicos de la misiones de Asia, sobre todo de China. Es seguro que el monasterio no dejará a nadie indiferente.
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