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Plácido Domingo, héroe del Olimpo de la Ópera
J. L. Gamallo. De nuevo Plácido Domingo ha sido el protagonista de la vida musical madrileña de las últimas semanas por partida doble, y donde ha vuelto a demostrar que se trata de una figura realmente fuera de serie, un artístia y músico singular y sin precedentes. Por un lado celebraba su septuagésimo aniversario, y ningún sitio mejor para festejarlo que entre los suyos, en la villa y corte. Así el día 21 de en el marco regio y suntoso del Teatro Real se celebró un concierto extraordinario bajo la egregia presidencia de S.M. la Reina, que fue acompañada por el sin par tenor, el alcalde de Madrid, la ministra de Cultura, la ministra de Economía (que hace años estuvo al frente del Real), la baronesa Thyssen-Bornemisza, etc.. Todo un gran acontecmiento de orden social y artístico.
Varios de los mejores cantantes del mundo interpretaron varias arias y fragmentos de conocidas óperas de Wagner, Puccini, Verdi y Mozart, para entonar al final el cumpleaños feliz. Teresa Berganza le dirigió unas sentidas y emocionantes palabras. Al final Plácido salió a saludar a sus paisanos, que desafiando la fría tarde, habían seguido el concierto desde una pantalla gigante. Este madrileño nacido frente al Retiro, no podía recibir mejor felicitación. En el Consejo de Ministros se le otorgó la Orden de las Artes y las Letras de España. Pero Pácido es mucho Domingo, y fiel a sus compromisos con la temporada de ópera madrileña, también actuó en la ópera programada para el mes de enero. Después de haber interpretado más de 130 roles, cantar todo lo imaginable, incluido repertorio popular, Plácido no tiene miedo a roles más inusuales, añadiendo a su amplísimo repertorio óperas barrocas (como el Tamerlano hendeliano de la temporada pasada), o clásicas, como la presente Iphigénie en Tauride, del A. W. Gluck, ópera de conjunto, y una de las más radicales de la reforma realizada por el compositor austriaco, rompiendo con la estructura de la ópera serie metastasiana. Es una ópera bellísima y singular, con una música sin fisuras, de un elevado tono heroico, y un argumento basado en la inabarcable mitología griega, fuente de inumerables argumentos para la ópera.
En este caso, la saga de los Átridas, con su terrible historia de parricidios, incestos y adulterios, es la que da pie al terrible argumento, en el que Ifigenia tiene que matar a su hermano Orestes (Domingo). La estructura metastasiana de recitativos secos y arias da capo se ve sustituida por una acción continua, con recitativos acompañados y una arias insertas en la acción, en las que se prescinde de la brillantez coloraturístia, para no entorpecer el desarrollo de la tragedia. El coro y el ballet tienen un gran importancia en el desarrollo de los terribles sucesos. El montaje es tremendamente parco y austero, intemporal . No hay nada que aluda al mundo clásico. Todo trasncurre en una especie de desnuda caja negra. donde sólo al final surge un foco de luz, cuando aparece Diana como dea ex machina que pone arreglo al destino atormentado y sufriente de los Átridas. Los intérpretes van también de negro, caracterizados bien como chequistas de la primera hornada, o como miembros de un clan calé. La sacerdotisa Ifigenia y sus acólitas llevan sendos sayos grisáceos, sin ningún adorno. El maestro Thomas Hengelbrock dirigió espléndidamente el conjunto, y los tres protagonistas, Susan Ifigenia Graham, Plácido Orestes Domingo y Paul Pylades Groves dieron vida a estos personajes a los que el destino había marcado de manera terrible. El éxito fue muy grande para todos, y Plácido volvió a demostrar que a pesar de sus setenta años sigue siendo un artista extraordinario, (el director de escena obligó a que cantaran en muchos momentos tirados al suelo) un héroe inconmensurable del canto, sin nadie que le pueda hacer sombra, que apesar de su edad, huye de los papeles trillados, y sigue experimentando con un repertorio, que solía ser exclusivo de especialistas. Pero Domingo no tiene barreras, y no nos extrañaría verlo interpretar el Moises und Aaron schoenbergiano.
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